Entrevista en Cuba
En 2016 viajé a Cuba en nombre de la revolución, con Macri apenas hace algunos meses en el Gobierno, a pasitos de mi partida de Argentina hacia la incertidumbre, en pleno derrota moral en lo colectivo y más confundido que nunca. Esta es la vez que me entrevistaron en la radio de La Habana.
Poquito antes de viajar para Cuba, me había puesto en contacto con un par de periodistas a través de gente que teníamos en común. Laburaban en Granma, Juventud Rebelde… Yo que sé. En fin… cada mail que llegaba desde la isla era un intercambio epistolar sacado de otra época. Era como si internet y la tele no existiesen y mis correos fueran la pantalla al mundo.
A cambio, yo recibía consejos sobre dónde hospedarme, dónde cambiar la guita, cómo salir del aeropuerto, etc. En medio de todas estas recomendaciones de gente desconocida que se despedía en cada correo con un “saludos fraternales camarada”, “Venceremos” y otros, me llegó una invitación para hacerme una entrevista en la radio.
No me acuerdo si era radio Habana, radio Cuba. Pero no se escapaba de ahí. Era la radio que se escucha en la capital. Quedé en shock. Wow, la puta madre. Estos tipos creen que llega un periodista importante, exiliado del régimen macrista. Expulsado por el neocapitalismo.
Acepté. Claro que sí. ¿Qué podía salir mal?
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La entrevista era al día siguiente de haber aterrizado en la Habana porque después mi itinerario seguía por otras rutas de la isla. Entonces, esa noche me junté a cenar con la persona que era el nexo, Nuria.
Cena en su casa, tras un laberinto de calles sin luz. Con su marido y su hijo. Noche de ron, habanos, arroz, pollo y recomendaciones de libros. Pero más que nada, noche de escuchar para mí.
Las dos generaciones enfrente de mí explicaban la importancia de la revolución, el legado de Fidel, los desafíos de Raúl. El pibe tenía no mucho más de 14 años y ya era un cuadro, como todo aquel que te cruzabas en la calle.
De vez en cuando, yo tiraba algún comentarito sobre Argentina y mis comensales asentían con la cabeza, decían “¡eso mismo!” y yo me quedaba contento con que todo estaba bajo control.
Nuria me contó que la periodista que me iba a entrevistar estaba muy interesada “en los temas del mundo”.
En mi cabeza me imaginaba que al día siguiente en la radio todo sería de la misma manera. Ir a lo seguro, lo que sabemos todos: que la derecha tal cosa, que la participación del Estado tal otra, que el 1% de la población maneja el 99%, etc, etc, etc. Todos contentos y los teléfonos de la radio explotados con mensajes de apoyo.
A la mañana siguiente fui caminando a la radio desde la habitación que había alquilado en una casa de familia.
Los murales cubanos son más motivadores que Maradona en la previa del partido con los ingleses. Después de cuatro cuadras queres ir nadando hasta EEUU y tomar la Casa Blanca.
Para colmo, al llegar a la radio en un tremendo edificio colonial, me recibieron como si fuera el embajador. Antes de ir al estudio, me hicieron un recorrido por los pasillos, cargados de simbolismos:
Al entrar al estudio, la conductora me dice: “Hace mucho que no tenemos un argentino”. “Listo”, pensé. Partido ganado. Exhibición. Tres, dos, uno. Aire.
-Hola amigos y amigas de la Habana, estamos con el periodista César Salvucci, recién llegado de la sureña Buenos Aires. César trabaja en el canal de noticias CN23, una señal muy importante, y hoy nos contará un poco cómo están las cosas en Argentina.
-Hola, señora cubana cuyo nombre he olvidado. Un gusto saludarla y muchas gracias por la invitación.
A partir de acá, todo fue caos. Y transpiración.
-Cuéntale a la audiencia César específicamente de dónde eres.
-Señora cuyo nombre no recuerdo, yo nací en el sur de Argentina, en Santa Cruz, en la misma provincia de Nést..
-No, no, pero cuéntanos dónde vives ahora, en este momento.
-Ah, claro, bueno desde hace muchos años vivo en Buenos Aires, en la capital.
-¿En qué barrio, César?
-En Caballito.
-Ah, qué interesante. Cuéntanos un poco más de Caballito.
Mi mente se fue a blanco. Yo creo que fueron 10 segundos, pero quizá fueron 10 minutos. No lo sé. Solo me acuerdo de que el silencio fue roto por la siguiente pregunta de la señora cuyo nombre no recuerdo.
-¿Cómo es Caballito? ¿Cómo es la vida allí?
Horror. ¿Cómo le explicaba a una nación entera que cuando pido delivery y me preguntan entre qué calles queda mi casa, tengo que abrir google maps?
Y que cuando encuentro que la esquina de mi casa es Gregorio Aráoz Alfaro, la lengua siempre se me traba entre el Gregorio y el Aráoz. Que lamento no vivir una cuadra más allá, para poder decir con confianza “entre Bogotá y Avellaneda”.
Pero lo que esta señora no se imagina, y es mucho peor, es que nada me importa menos que mi barrio. Que a nada conozco menos que a mi barrio y que para aquel momento me había mudado hacía pocos años. Que desde que tengo uso de razón, mi familia se muda cada tres años, no de barrio… ¡de ciudad! ¡de provincia!
Que fui a siete colegios en toda mi vida y que voy a terapia por el desarraigo.
Quedan 40 minutos de programa. 40 minutos de un mano a mano con “César Salvucci recién llegado de Caballito” que estoy a punto de arruinar.
Fidel me miraba desafiante desde la pared detrás del vidrio.
Empecé por donde pude. Por lo único que sabía. En realidad se me cruzaban otras cosas por la mente como “Gustados tiene unas tremendas medialunas de manteca, pero solo los fines de semana porque de lunes a viernes salen quemadas”.
O “mis vecinos suelen reunirse con cacerolas en Acoyte y Rivadavia cada vez que se corta la luz, pidiendo que vuelvan los milicos”.
Pero, en cambio, dije:
“En Caballito hay dos grandes parques. Tenemos el parque Rivadavia y el Centenario. Mi casa justo se ubica entre los dos”, dije a punto de tropezarme, simulando que el nerviosismo era por el calor extremo.
Y la repregunta fue a donde tenía que ir: “¡Qué interesante! Entonces imagino que a los vecinos de Caballito les debe gustar mucho la vida al aire libre”.
Había que tomar una decisión. Abandonar la entrevista, desmayarse o subirse a la calesita.
Me subí.
Dejé el nerviosismo de lado y con el perdón de los Caballitenses empecé a inventar un barrio imaginario de deportistas, de equitación y economía regional de ferias al aire libre.
Claro. Nuria no me había mentido. A la periodista le encantaba hablar de temas del mundo. De hecho, el programa se llamaba “Gente del mundo” o algo así y todo consistía en que cada extranjero que llegaba a la isla iba y hablaba sobre las cuadras que rodean su casa.
La señora cuyo nombre no recuerdo quedó encantada con la entrevista. Al igual que “todos nuestros oyentes que por un ratito hemos viajado al corazón de Caballito de la mano de César Salvucci”.
Yo respondí que era un placer hablar de mis orígenes (!) y que celebraba la unión de los pueblos.
Al salir de la radio, me crucé con este cartel.
El rol de los barrios en Cuba es total.
Si algún caballitense viaja a La Habana, por favor, no desmienta cuando le comenten que nuestro barrio es el más generoso y deportista del país. Remate diciendo que no ve la hora de galopar un equino isleño.